La explanada de la alcaldía Cuajimalpa se convirtió en un santuario improvisado para celebrar a la llamada Virgen de los Sonidos. El evento, realizado con el respaldo del alcalde Carlos Orvañanos, incluyó una misa de acción de gracias, música sonidera y una verbena popular. Aunque fue presentado como una actividad cultural y familiar, su realización en instalaciones gubernamentales volvió a poner sobre la mesa el debate sobre la separación entre Iglesia y Estado.
La festividad arrancó con una peregrinación por la calle Oyamel, en la colonia San José de los Cedros. Durante el recorrido de casi dos kilómetros, decenas de feligreses acompañaron la imagen religiosa hasta llegar a la explanada de la alcaldía, donde los esperaban bocinas, luces, tamales y hasta una misa organizada con el apoyo de funcionarios locales.
El Artículo 130 de la Constitución mexicana establece que las autoridades deben mantener neutralidad en asuntos religiosos. Sin embargo, no es la primera vez que Orvañanos difumina esa línea. En distintas ocasiones ha invitado a sacerdotes a bendecir obras públicas, un gesto que ha generado críticas por mezclar lo espiritual con lo administrativo.
El evento contó además con el respaldo del director de Gobierno, Eduardo Vélez Ceballos, y otros funcionarios que facilitaron la logística y los permisos necesarios. Aunque la celebración fue impulsada por particulares, el uso de recursos y espacios públicos deja abierta la discusión sobre los límites entre la fe y la función pública.
En Cuajimalpa, la devoción se mezcló con la política, y la explanada se transformó —por unas horas— en una especie de altar institucional. Una imagen que recuerda que, en México, la frontera entre lo divino y lo gubernamental sigue siendo tan delgada como un hilo de sonido.
