Refugio para mujeres trans abre sus puertas ante la emergencia sanitaria

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De un día para otro, Johana Mendoza pasó de esperar clientes en una esquina del Metro Revolución, en el centro de la Ciudad de México, a vivir 18 kilómetros al norte, junto con otras 14 mujeres trans, en un refugio ubicado a los pies del Cerro del Chiquihuite, en la alcaldía Gustavo A. Madero.

Una habitación de hotel era su lugar de trabajo y su hogar, hasta que el 1 de abril el gobierno capitalino ordenó el cierre de todos los servicios de hospedaje como medida para reducir el riesgo de contagios de COVID-19.

“Nos sacaron de los hoteles, yo estaba trabajando de sexoservidora y encontré en la calle a Kenya y me dijo que tenía un refugio”, cuenta Johana, una mujer de 21 años que entró al trabajo sexual cuando solo tenía 14 y vivía en su natal Honduras.

El refugio que la activista Kenya Cuevas pensaba abrir hasta dentro de un año, en un edificio habilitado por el Gobierno de la CDMX, con ayuda de donaciones fue acondicionado en apenas una semana para poder comenzar a recibir a mujeres transexuales durante la actual cuarentena.

“Se cierran hoteles, se cierran pensiones, a estas mujeres las expulsan a la calle. También el mismo trabajo sexual disminuye por la cuarentena, los mismos clientes les piden tener contacto hasta después”, dice Kenya, fundadora de la asociación Casa de las Muñecas Tiresias, en entrevista con Expansión Política.

“Estas mujeres no tienen ingresos, no tienen casa y se ven vulnerables, porque es un sector socialmente discriminado y violentado”, subraya.

La casa hogar se mantiene con los recursos que aporta la activista Kenya Cuevas, con donaciones y con apoyo del gobierno capitalino. (Bernardo Coronel)

La activista señala que el apoyo que el gobierno capitalino da a este sector de la población, que asciende a 1,000 pesos, ha sido insuficiente para las trabajadoras sexuales.

“No estamos cubriendo todas las necesidades, principalmente la de vivienda. Recuerdo cuando vinieron los migrantes en la caravana. Pusieron un dispositivo cañón de seguridad: carpas impresionantes, médicos, comedores móviles”, dice.

“Eso no lo pudieron activar ahora con la contingencia para esta población tan vulnerable”, critica.

La Casa Hogar Paola Buenrostro —nombrada en memoria de quien fue la víctima del primer transfeminicidio reconocido en la capital— es un inmueble con fachada de cristal y paredes blancas, que poco a poco ha sido equipado con un pequeño refrigerador, dos estufas, literas, mesas y sillas.

Sin importar su país de origen o su pasado, las mujeres del refugio comparten tareas de limpieza, bromas, comida, discusiones, películas y también sus sueños sobre el futuro.

En las pequeñas habitaciones se cambian de ropa juntas, intercambian consejos de maquillaje y duermen. Entre ellas se llaman “hermana” una a la otra.

En el refugio, las mujeres comparten espacios y también las tareas para mantener limpio el lugar. (Bernardo Coronel)

Aunque tuvo que abrir las puertas del lugar a marchas forzadas, para Kenya el propósito del refugio va más allá de alojar durante unas semanas a estas mujeres, mientras reabren los hoteles.

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